sábado, 9 de noviembre de 2019

LAS DOCTRINAS QUE INCENDIAN A CHILE

De las palabras a las acciones

Sospecho, que estos ataques no vienen de la yihad, ni de los supremacistas blancos de Norteamérica, tampoco de los cristianos protestantes o de la iglesia católica. Esta es la obra, como ya escribí en otros artículos, de revolucionarios anticapitalistas, de sectas marxistas que pasaron a la lucha armada conscientes de que por la vía de las urnas, no les va a regresar el poder perdido, porque la mayoría no vota por ellos. 

Recién el día 8 de noviembre la Fiscalía Metropolitana de Chile confirmó que tenía bajo arresto a un sospechoso de haber participado el 18 de octubre en el incendio de la estación La Granja, en la Línea 4A del Metro de Santiago. Si esto no es lentitud en la aplicación de la Justicia, en un caso que por sus características se puede presumir que fue un ataque terrorista perpetrado por un comando integrado al menos por doce elementos, que venga Temis y lo vea. Debería aclararle a Temis además, que de estos ataques se produjeron 70 y que al menos 20 estaciones fueron incendiadas, por lo que sacando algunas cuentas hubo varios comandos implicados en los sabotajes y que participaron en ellos no menos de cien terroristas. 

Aunque para algunos que comentan el Twitter en el que la Fiscalía hizo el anuncio, esto es un tiempo récord. En Realidad, si se compara con otros atentados hay que anotar que a 18 años del 11 S, no hay un solo condenado por los atentados que cambiaron al mundo, aunque se conoce la filiación de los perpetradores y se anunció el inicio del juicio para 2021. 

Pero a pesar de todo se registran casos en los que sí hay detenidos, procesados y condenados, además de darse a conocer la filiación de los culpables, como por ejemplo, el caso del yihadista francés Salah Abdeslam -único terrorista sobreviviente del atentado a la sala Bataclán en París, donde murieron 131 civiles y 7 atacantes-, y su cómplice tunecino Sofiane Ayari quienes en 2018 fueron condenados a 20 años de prisión por tentativa de asesinato «de carácter terrorista» por un tiroteo con la Policía el 15 de marzo de 2016 en Bruselas. 


También durante años fue perseguido el terrorista Carlos El Chacal, quien en nombre del Frente Popular para la libración de Palestina (FPLD) comandó una serie de atentados que le dieron notoriedad; entre ellos, el secuestro de 42 rehenes en la sede de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y aunque por muchos años estuvo entre los más buscados, finalmente cumple cadena perpetua por asesinato premeditado, se conoce que su nombre de pila es Ilich Ramírez Sánchez, y que su filiación es marxista. 

Sospecho, que estos ataques perpetrados en Chile no vienen de la yihad, ni de los supremacistas blancos de Norteamérica, tampoco de los cristianos protestantes o de la iglesia católica. Esta es la obra, como ya escribí en otros artículos, de revolucionarios anticapitalistas, de sectas marxistas que pasaron a la lucha armada conscientes de que por la vía de las urnas, no les va a regresar el poder perdido, porque la mayoría no vota por ellos. 

Tengo la impresión de que las ideas, esas que Lula acaba de recordar que no se encierran, son las que mejor trazan el camino por el que han llegado a Chile los que la incendian. «Un fantasma recorre Europa: es el fantasma del comunismo», escribieron Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista, que se publicó allá por el año 1848. Entonces era un fantasma del cual poco o nada podía conocerse; sin embargo, hoy, después de los resultados obtenidos al aplicar el modelo económico, político y social marxista en la Unión Soviética, los países de la Europa del Este, Corea, China, Viet Nam, Cuba, Venezuela, Nicaragua y de conocer los gobiernos de izquierda que se han paseado por toda América Latina, aquel fantasma ya ha tomado cuerpo y las palabras se han convertido más de una vez en acciones. 


Las convocatorias para luchar «por una América liberada[1]» del imperialismo yanqui y para abolir la propiedad privada, han provocado miserias palpables en las economías de los países que han comulgado con esas ideas. Las ideas de la rebelión, con el gran objetivo estratégico de destruir al imperialismo yanqui y «la creación de uno, dos, tres, muchos Viet Nam[2]» -una metáfora que incitaba a la creación de focos de conflictos armados por todo el mundo-, provocaron que tropas guerrilleras marxistas invadieran Panamá, Haití, República Dominicana, Venezuela, Bolivia, entre otros países de nuestro continente; y, de la convicción de que los soldados por el comunismo debían odiar de tal manera al enemigo capitalista que lo convirtieran en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar, nacieron abominables criminales, como los que incendian a Chile desde el 18 de octubre pasado. 

Entiendo que Sebastián Piñera haya sido tomado por sorpresa, un hombre que ha dedicado su vida a crear capitales no puede ni imaginar la capacidad de los anticapitalistas para destruirlos, y el profundo placer que sienten al hacerlo, sobre todo porque mientras incendian el país, llevan en su imaginación el fantasma de uno de los capitalista más ricos de Chile. 

Lo imperdonable es que ante los hechos consumados el presidente Constitucional de Chile se mantenga inerme, ofreciendo la otra mejilla. Es imperdonable también que los organismos encargados de velar por la seguridad ciudadana y por los intereses del Estado no pudieran prever ni ver nada de todo el gran trasiego que debió significar la organización de un ataque de tales magnitudes. 

Pero yo debo estar equivocado y eso me devuelve el sosiego, así que no insistiré en que está en marcha una rebelión revolucionaria y antiimperialista en Chile, no volveré a tocar el tema hasta que dentro de unos meses la realidad demuestre que mis juicios han estado equivocados, que no hubo una rebelión sino un estallido social, que los sectores de la izquierda no querían violentar el proceso democrático sacando del poder a Sebastián Piñera, que no querían crear una constitución marxista para abolir o al menos diezmar la propiedad privada, que no intentaban expandir los poderes de un Estado Socialista y perpetuar en el poder a los partidos anticapitalistas, no volveré a escribir más sobre el tema hasta que dentro de unos meses la realidad me confirme que las sectas marxistas no pretendían integrarse en un solo partido y que no intentaban crear las bases para una dictadura constitucional. En unos meses la realidad me dirá que estoy equivocado. 


[1] Castro, Fidel. 1971., «Primera Declaración de La Habana». En Cinco documentos. 124. La Habana: Instituto Cubano del Libro. 
[2] Guevara, Ernesto. 1971. «Mensaje a la Tricontinental». En Cinco documentos. 203. La Habana: Instituto Cubano del Libro.

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