La negación como norma de la dictadura
La negación ha sido la norma de las dictaduras marxistas desde Lenin hasta el sol de hoy, y para no hacer este cuento muy largo solamente recordaré algunas de ellas, sobre todo las negaciones que poco tiempo después fueron verdades palpables.
Dan Restrepo, exasesor del presidente Barack Obama, publicó el pasado 27 de octubre en el portal de CNN en Español un artículo bajo el título: «Los gigantes amenazando nuestras democracias son otros», en el que, refiriéndose al castro-chavismo, afirma: «No son gigantes. Ni son la razón detrás de toda la tensión que existe en las Américas hoy, aún si quieren que les consideremos así».
Por otra parte, Bruno Rodríguez Parrilla, Ministro de Relaciones Exteriores de la dictadura cubana, según el portal Cibercuba afirmó que su gobierno no tiene «otra participación o involucramiento en las protestas en América Latina que la que emane del ejemplo de la Revolución Cubana».
Hoy, aquí y ahora, las izquierdas o sectas marxistas están viviendo un renacer inusitado, estamos ahora tan expuestos a las revoluciones marxistas-anticapitalistas como en la década de los 60´s del pasado siglo XX y es que «el faro y guía» que se encendió en Cuba desde hace más de seis décadas, no deja de alumbrar y deslumbrar. Y allá, por estos días, acaba de realizarse una reunión a ojos vista con el objetivo de combatir fundamentalmente al «imperialismo yanqui», de hecho ha llevado por título: Encuentro Antiimperialista de Solidaridad, por la Democracia y Contra el Neoliberalismo en el que participaron más de mil doscientos delegados de 95 países.
Quien esté ávido de discursos contra el «imperialismo yanqui» y contra las políticas liberales y en favor de la «democracia» del partido único, aquí tiene hojaldre mientras saliva tenga, y entre tantos discursos que convocan nueva vez a la solidaridad internacionalista para luchar de manera frontal y violenta contra el capitalismo, personificado en el «imperialismo yanqui», no faltan las afirmaciones de que nada tiene que ver el castro-chavismo con la insurrección de Chile, marcada con fuego por sabotajes coordinados propios de guerrillas urbanas como las entrenadas durante años en el Peti 1, en la Sierra del Rosario, en la provincia de Pinar del Río, y en el Punto Cero, situado en Guanabo, ambos en Cuba.
La negación ha sido la norma de las dictaduras marxistas desde Lenin hasta el sol de hoy, y para no hacer este cuento muy largo solamente recordaré algunas de ellas, sobre todo las negaciones que poco tiempo después fueron verdades palpables. Es harto conocida y aceptada la gran negación que hizo Fidel Castro de su filiación marxista desde 1959 hasta abril de 1961, una gran mentira que él justificó diciendo que si se hubiera declarado comunista antes de tener todo el poder en sus manos no lo hubieran aceptado, una suculenta felonía contra la democracia que hoy forma parte de las justificaciones teóricas que dan las izquierdas o sectas marxistas al trágico hecho.
La VII Reunión de Cancilleres de la OEA reunida en San José de Costa Rica en agosto de 1960 condenó las presuntas relaciones de Castro con la URSS, a lo que Raúl Roa García, entonces canciller de Fidel Castro, allí mismo respondió virando la tortilla y condenando al «imperialismo yanqui» por sus intervenciones en el continente.
Después de esta negación, al mes siguiente Castro, ante una multitud en la Plaza de la Revolución, agradeció de todo corazón los cohetes soviéticos, mismos que años después colocarían al mundo al borde de una catástrofe nuclear de magnitudes insospechadas.
Cuando Castro fue acusado de participar con sus ejércitos y guerrillas por medio mundo lo negó una y mil veces, hasta que los hechos lo superaron y entonces, cuando le convino hablar no solamente reconoció su participación, sino que, con el ego irritado, y con esa vanidad que convierte a todos estos personajes en seres orgullosos de sus felonías, proclamó ante el mundo no tan solo su participación, sino el derecho a combatir el capitalismo, en nombre de los pobres de este mundo, donde quiera que esté.
Pero más contundente aún, cuando se juzgaba al General Arnaldo Ochoa, quien comandó las tropas castristas en África y a quien se le habían reconocido hazañas militares en aquella región, Castro tuvo la pasta de asegurar que durante la guerra de Angola él, desde La Habana, había sido el jefe de aquellas tropas y que dejó de gobernar a Cuba para ocuparse por completo a ganar aquellas batallas, se hacía responsable no solo de la teoría, sino también de la práctica en el terreno, desestimando, de paso, las hazañas de Arnaldo Ochoa, su Capitán de Mil Batallas.
En esta larga lista de negaciones están las acciones de espionaje por todo el mundo en favor de las dictaduras marxistas y contra del capitalismo y las democracias liberales, está el entrenamiento en Cuba de miles de jóvenes en tácticas y estrategias militares y en la lucha clandestina en las ciudades. A todas estas acusaciones siempre la dictadura ha respondido con la negación, a pesar de que cientos de esos jóvenes, quienes participaron en acciones subversivas por medio mundo, hayan disentido de esas ideologías y de esos métodos y sus testimonios sean públicos.
Todavía niegan algunos sectarios marxistas los testimonios de sobrevivientes de esas aventuras; entre ellos, los que vierten Dariel Alarcón Ramírez, el «Benigno» de la guerrilla de Guevara en Bolivia, en sus «Memorias de un soldado cubano»; Jorge Masetti en «El furor y el delirio. Itinerario de un hijo de la Revolución cubana»; Melvin Mañon en «Operación Estrella»; Manuel Matos Moquete en «Caamaño: «La última esperanza armada»; y los que se pueden interpretar del propio «Diario del Che en Bolivia».
Entonces, no es muy difícil comprender que la participación de todos los «revolucionarios» en la demolición de la democracia liberal en Chile es un deber y así probablemente fueron convocados a la magna tarea de incendiar las estaciones del metro, los hoteles, los supermercados, violentar las calles y destruirlas. La lucha clandestina en las ciudades es una materia muy bien aprendida por los «revolucionarios» militantes y un deber, al que les da derecho una ideología que por ahora ha sido incapaz de crear riquezas y que por estos días estuvo reunida en La Habana, una vez más, destapando los calderos y propagando los efluvios de la «intransigencia revolucionaria» que se sintetizan en una consigna: «socialismo o muerte», aunque en primera plana nieguen su decisión de matar y destruir hasta alcanzar el poder vitalicio.
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