En el cumpleaños 90 del
Teatro Auditórium de La Habana
|
Teatro Auditorium de La Habana, inaugurado el 2 de diciembre de 1928 |
Durante las primeras
décadas del siglo XX, y hasta la década del cincuenta, las ciudades capitales
latinoamericanas fueron dejando atrás los polvos provincianos para ir vistiéndose
de galas citadinas. Las zonas coloniales, son abandonadas en estampidas casi
simultáneas desde el Río Bravo hasta la Patagonia y las pujantes burguesías
nacionales, aguijoneadas por las nuevas aspiraciones sociales, políticas y
económicas se van creando sus nuevos espacios, su nuevo hábitat.
En este anhelo, ocupa
un lugar prominente la silueta del Dictador,
tipo muy común en nuestra región y que, tristemente, crece con más profusión
que la verdolaga. Porfirio Díaz en México, Carlos Ibáñez en Chile, Leónidas
Trujillo en la República Dominicana y Gerardo Machado en Cuba son algunos de
tantos padrotes que medran en nuestra Historia.
A ellos, no se les
puede omitir en nada, porque todo lo dan y todo lo quitan, en sus manos están
las riendas de todo. Las ciudades capitales, son el escenario en el cual
discurren los poderes del Estado, y la arquitectura, es la escenografía que los
resalta.
En 1925, llegó a la
presidencia de la República de Cuba el General Gerardo Machado, quien,
partiendo de la consigna de campaña «agua, caminos y escuelas», llegó a
convertirse en el «Presidente
Constructor» y en el «Mussolini
Tropical» al mismo tiempo. Su interés por perpetuar su imagen, lo
llevaron a embarcar al Estado en proyectos monumentales de construcción
quedando concluidas, en pocos meses, obras como el Capitolio, el Palacio
Presidencial y el Presidio Modelo, todas diseñadas en el
estilo ecléctico. Estilo, que se mantuvo como la orientación artística
dominante durante toda la década y que, en su segunda mitad, Machado impuso
como su sello personal a través de las obras que el gobierno ejecutó.
Por supuesto, que el
sector privado no fue ajeno a estos empeños de modernizar las ciudades y
aparecieron en La Habana construcciones comerciales y para el entretenimiento
de un alto valor estético, como el Centro
Gallego, de Beleau; el centro comercial la Manzana de Gómez, y el edificio de la Empresa Cubana de Teléfonos proyectados por Morales y Cía., y el Auditórium, de Moenck y Quintana entre
otras muchas obras.
Por estos años, la
vida musical habanera era intensa y por sus teatros pasaban casi todas las
luminarias de entonces. El teatro Martí,
mantenía una programación en la que se presentaban a menudo compañías italianas
de ópera, compañías de teatro vernáculo y espectáculos de variedades. El Payret vio al divo Caruso en
presentaciones que constituyen hoy fuente de leyendas. El teatro Nacional recibió a Rachmaninoff y Stravinski. En 1922 se
había fundado la Orquesta Sinfónica de la Habana y dos años después, el español
Pedro San Juan fundó la Orquesta Filarmónica.
Mientras
todo esto pasaba, un sector de la burguesía criolla fundó, en 1918, la Sociedad
Pro-Arte Musical, una institución que inició la loable labor de apoyar el
trabajo de los artistas, tan olvidada por la oficialidad. Tal fue el empuje y
el prestigio que alcanzó Pro-Arte, que a través de un trabajo eficaz de
recaudación obtuvo presupuesto suficiente como para proyectar la construcción
de un nuevo teatro en la capital cubana, una sala que pudiera aislarse de los
ruidos de la modernidad. Un verdadero auditorio.
María
Teresa García, era entonces la presidenta de aquella institución y cuentan que
fue ella, con su filantropía, amor a las artes y voluntad diamantina, quien
hizo caer todos los obstáculos, hizo que aquel empeño se enrumbara contra todas
las marejadas y que en dieciocho meses estuviera construido lo que poco a poco
se iría convirtiendo en el templo de la música para propios y ajenos, en la
meca a la cual iban los peregrinos desde todas partes a escuchar a Ezio Pinza,
a Lily Pons, a Kirsten Flastag o a Lawrence Tibetts.
|
Programa de mano de un concierto de la Temporada de verano 1956 |
El
Auditórium fue la cede de la Filarmónica y entonces vinieron temporadas de
música sinfónica que quedaron grabadas en los anales de la Historia de este
continente con la actuación de figuras tan prominentes como S. Prokofiev, Erick
Kleiber, Heitor Villa-Lobos o Amadeo Roldán y de solistas de la talla de Arthur
Rubinstein, Jacha Heifetz, Andrés Segovia, Yehudi Menuhin o Rostropovich.
La
Filarmónica vivió allí, en su casa de Calzada, en el Vedado habanero, por casi
treinta años. Aquella catedral, Carpentier nos la pone ante los ojos en su
novela El Acoso y con flechazos descriptivos, nos permite ver, oler y
sentir «los flecos de la cortina roja», «la gran escalinata», «la reja de la
contaduría», «el pandero que adorna, arriba, el marco del escenario» y «las
mujeres que llenaban el vestíbulo tratando de permanecer donde un espejo les
devolviera la imagen de sus peinados y atuendos». «Más allá de las carnes
(está) el parque de columnas», «de plantas abiertas entre las pérgolas».
En
1958, la guerra que dos años atrás se había iniciado en al zona oriental de
Cuba, desestabilizó el país de tal modo que el 1 de enero de 1959 el dictador
de turno y autor del golpe de estado del 10 de marzo de 1952, Fulgencio
Batista, abandonó la mayor de las antillas. Tales acontecimientos provocaron un
vuelco total en la vida de la nación. Entre las primeras leyes que el Gobierno
Revolucionario refrendó estuvo la que establecía la creación de la Orquesta
Sinfónica Nacional, institución musical que, en manos del Estado, surgió como
una continuación de la tradición creada por la Filarmónica.
Y
allí vivió la OSN, en su casa de Calzada, rebautizada como Teatro Amadeo
Roldán, por casi dieciocho años. El último concierto fue el domingo 26 de junio
de 1977 a las 5.00 p.m. y se escucharon tres obras: Sexta Sinfonía en si menor, Op.74 Patética, de P. I Tchaikovsky, Concierto
para soprano y orquesta, Op.82,
de R. Gliere y Rapsodia,
de Y. Svetlanov. Esa tarde la directora Verónica Dudarova estuvo en el podio y
la soprano española María Remolá fue la solista.
La
noche del 30 de junio de 1977, en un acto que horrorizó a todas las mentes
sensatas, un cazador de fortuna, lunático o mercenario arrojó una sustancia
sobre el tabloncillo de platea y en un rato el templo fue un infierno. Sólo se
salvó la planta en L que contenía los archivos, algún que otro instrumento y la
bella fachada ecléctica que mereciera en los años de su creación el Premio de la Unión Internacional de
arquitectos. Entonces comenzaron veintidós largos años de vida sin
asiento para la OSN de Cuba.
En
1981 las autoridades competentes comenzaron los proyectos de reconstrucción y
en 1983 se establecieron con la desaparecida República Democrática Alemana los
convenios de colaboración que garantizaban los proyectos tecnológicos y el
equipamiento, todo lo cual fue cumplido por la R. D. A., pero hasta 1998 gran
parte de la construcción no pudo ser ejecutada por razones diversas. No obstante,
el colosal teatro Heredia estuvo listo para abrir sus puertas en 1991 con
motivo de la realización del V Congreso del Partido Comunista de Cuba; se
terminaron también la hermosísima Sala
Dolores, sede de la Orquesta Sinfónica de Oriente y la Esteban Salas; las tres instalaciones
construidas en Santiago de Cuba. (¡)
El
10 de abril de 1999, comenzó una nueva época en el Teatro Amadeo Roldán:
quedó inaugurada oficialmente la sala que albergará a la OSN de Cuba. El
programa inaugural estuvo integrado por el Himno de esa nación, interpretado
por el Coro Nacional y el
acompañamiento de la Orquesta, dirigida por el Maestro Iván del Prado; seguidamente,
se escuchó Canción de Gesta,
de Leo Brouwer, Tres Pequeños Poemas, de Amadeo Roldán y para finalizar se presentó la Obertura 1812, de P.
I. Tchaikosvsky.
La
sala, con tecnología de principios de los ochenta, quedó diseñada únicamente
para ser usada en actividades de música sinfónica y de cámara. La acústica del
lugar, la climatización y el mobiliario servirán de entorno adecuado para los
magníficos acontecimientos que allí se sucederán. Allí, volverán a hacerse
nuevos grupos de amigos atraídos por el amor al Arte Musical. Allí, llegarán
desde todas partes a escuchar a las luminarias del próximo siglo, allí volverá
a estar, muy pronto, el templo de la música sinfónica cubana.
(Santo Domingo, El Siglo, 15 jun.
1999)