Basta
ya de jugar con la cadena. De ahora en adelante, la pelea ha de ser
directamente con el mono. Eliécer Ávila.
Circula en varios medios de la Internet un artículo de
Leonardo Padura, bajo el título: Cuba: ¿odio o conciliación? En éste, el autor evade, por todos los medios, la
responsabilidad de llamar las cosas por su nombre, juega con la cadena pero
deja tranquilo al mono, un modo de escribir y hablar que se ha empleado por los
cubanos de todos los estratos durante más de medio siglo.
Pero ya el pensamiento cívico cubano no oficial, el
que representan muchos individuos capaces de emitir criterios y divulgarlos
desde el seno de la sociedad, ha llegado al grado de eliminar los eufemismos,
de quitar, en la exposición de las ideas, toda bruma.
El autor menciona los odios, pero no dice quienes los siembran en un país donde desde la mañana a la noche, los 365 días
del año, por todos los medios oficiales, dormidos o despiertos se inocula a los
ciudadanos el más decidido rencor contra todos aquellos que
enarbolan ideas contrarias a las oficiales. El odio, la intransigencia
revolucionaria, la injuria, el acoso y la violencia verbal y
física en los actos de repudio contra los opositores, tienen nombres
y apellidos, pero el autor no los menciona.
Menciona la sociedad viciada por el inmovilismo, pero
no acude al sentido común para mencionar que quienes ostentan el poder son los
mismos desde hace más de medio siglo, y esa es la esencia del inmovilismo.
Menciona las críticas que ha recibido el cardenal
Jaime Ortega, pero no indica ni las causas ni los autores de esas críticas,
tampoco se refiere a los desaciertos cometidos por el purpurado en su rol de
mediador político. No menciona que la Iglesia, en su afán de mejorar sus
espacios, ha intentado ocupar el lugar de la oposición pacífica y ha aceptado
denostarla, en franco conciliábulo con quienes tienen el poder político en
Cuba.
Esa etapa del pensamiento cubano, en la que se hablaba
como quien anda en terreno minado quedó atrás. Entre otros, Eliécer Ávila, Yoani Sánchez, Guillermo Fariñas, Rodiles y Oswaldo Payá tienen un discurso diáfano, con serias y bien fundamentadas
propuestas, sin odios, sin consignas que llamen a rebato o a hundir la isla en
el mar.
Esos críticos del cardenal no promueven ni el
inmovilismo ni el odio, sino todo lo contrario, estos críticos le piden a la
Iglesia Católica que desempeñe su rol y que no interfiera, no descalifique y
mucho menos trate de ocupar el lugar que le corresponde a la oposición interna,
precisamente en este momento, en el que las fuerzas de un pensamiento nuevo,
múltiple y democrático ha nacido en Cuba, y puja por ocupar el lugar que le
corresponde en la sociedad.
Le hubiera hecho mucho bien, a este bullir de ideas
que ahora recorre nuestra isla, que Espacio Laical, Cubadebate, el Granma,
Juventud Rebelde, IPS/ Internacional y Progreso Semanal, entre otras
publicaciones oficialistas y pro oficialistas, hubieran publicado además de los
elogios al cardenal algunas de aquellas críticas, pero esas publicaciones solo
las mencionan y denuestan a los opositores
que las suscriben, y, siguiéndole la rima al inmovilismo, juegan con la cadena y
dejan tranquilo al verdadero culpable de la
entronización de los odios en la sociedad cubana.
Desde la oposición ya se va directamente contra el mal,
los eufemismos quedaron a un lado, las palabras dejaron de sortear a los
intocables y corren por vías expeditas hacia la verdad. Es quizás por eso que el
autor del mencionado artículo piense, inmóvil, que quienes reclaman su espacio
con argumentos irrebatibles, quienes exigen su derecho a estar en contra de un
régimen que ostenta todo el poder desde hace más de medio siglo y difama a sus opositores, aborrecen al
cardenal y son unos ingratos.
El autor se mantiene en la línea del pensamiento inerte,
en consonancia con quienes desde el poder inculcan el
odio desde la mañana a la noche, pero le echan la culpa al otro. También
-se me ocurre ahora-, es posible que las críticas a las que él se refiere no
sean las mismas que yo he leído, pero en todo caso es su derecho a expresarse
libremente, el mío es escribir esto que usted acaba de leer.
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Estoy de acuerdo que el problema nuestro es el mono y no la cadena. En estos momentos la intransigencia revolucionaria ya no existe, solo la intransigencia conservadora o inmovilista, excelentemente bien descrita por Miriam Celaya en ‟Lineamientos no, libertad ciudadana."
ResponderEliminarConsidero que debemos concentrarnos en el mono y olvidarnos de la cadena. En cualquier caso no considero que Leonardo Padura con el cual podamos tener diferencias, en particular con respecto al Cardenal Ortega, sea parte de la cadena alada por el mono.