Es común el criterio de culpar de manera absoluta a Carmen Zayas Bazán por el creciente descalabro de sus relaciones con Martí. Sin embargo, no disminuye en nada las virtudes de este si llegamos a decir que ambos fueron responsables del fracaso.
José Martí, José Francisco y Carmen |
Unos
dicen que conoció a la camagüeyana en un baile; otros señalan el momento del
encuentro en la propia casa del padre de esta, durante una visita hecha por
Martí. No importa en qué lugar, desde el primer instante Martí se vio invadido
por un sentimiento nuevo, grato y avasallante. Ante ella experimentó una mezcla
de admiración y deseo, que el tiempo haría crecer.
Fueron
las circunstancias, originadas un tanto por la casualidad y la necesidad, las
que pusieron en un mismo camino a Martí y a Carmen. Al morir Ana, hermana de
Martí, su familia se vio precisada a cambiar de domicilio, residiendo a partir
de entonces en la casa de don Ramón Guzmán. Precisamente gracias a esto es que
Martí conoció a Francisco Zayas Bazán, un acomodado abogado cubano a quien no
le importaba nada más que su fortuna, su familia y la paz que se había forjado.
En aquel
remanso -una de las pocas y pequeñísimas treguas que le concedió el destino a
Martí- el Apóstol anuló temporalmente sus desvelos por Cuba. Se le vio alegre
en sus conversaciones con las hijas del abogado e inmerso en las partidas de
ajedrez con don Francisco.
Y fue
durante aquella breve intermisión el tiempo del nacimiento de los amores de
Martí y Carmen. Primero Carmen se sintió atraída por la impresión que dejó en
ella el hombre de «frente despejada, ojos soñadores y bigote romántico». Y
luego la subyugó su voz apasionada, sus maneras galantes y su rara fe, tan rara
como incomprensible para algunos.
La Zayas
Bazán era una típica camagüeyana, de piel blanca sin exageración, pies
pequeños, elegante, mesuradamente delgada, enérgica y dulce a la vez. Así la
vio Martí: «tiene el color blanco anacarado, los labios de un punzó natural,
con la suavidad del terciopelo, los ojos pardos y rasgados con mirada
angelical, y el cabello de ese color castaño dorado, como lo pintaba Ticiano,
muy apreciado y poco común»[2].
Pero
también su exquisito espíritu quedó tocado por la «inteligencia natural y culta
conversación de Carmen». Y allí quedó sellada la última relación amorosa de
José Martí. Surgió en contra del padre de Carmen, para quien era una locura
verla unida a un hombre sin futuro claro.
Lo
curioso es conocer que esta vez Martí está pensando más en la definitiva
construcción del hogar, su hogar, que en los destinos de Cuba. Así lo confiesa:
La voz de
la mujer amada
habló de
amor con sus acentos suaves,
y las
rebeldes aves,
en
trémula bandada
las alas
que su cárcel fatigaron
en mi cráneo y en mi pecho reposaron.
Aquel noble intento habla de la grandeza de espíritu,
tantas veces demostrada, de José Martí. Su afán por darle oportunidad a su vida
íntima no respondía a la ambición natural de todo hombre de tener esposa,
trabajar por ella y por sus hijos, y aspirar al progreso personal y al de su
familia. Ese instante de vacilación, en que peligró su batallar por la patria,
fue hijo del deseo de alegrar a sus padres -que tanto penaban por el incierto
porvenir del hijo- y de satisfacer los deseos de Carmen. No hay dudas de que,
de todas maneras, aún habiéndose anulado como luchador, Martí hubiera ocupado
un lugar notable en la vida de América. Y no hay por qué no suponer que Carmen
y él habrían sido felices. Entonces la historia no sería esta que hoy nos ocupa
y no tendría sentido el interés de reflexionar sobre aquella relación
inestable, maltratada, dolorosa y desafortunada.
No pudo Martí mentirse a sí mismo, no pudo impedir que
las alas de las rebeldes aves batieran al viento. ¿Y cómo reaccionó entonces
Carmen y qué esperaba de ella Martí? Aquella que, al decir de Toledo Sande, fue
la mujer de su vida, ¿cómo se condujo ante la decisión de aquel que una vez
llamaron Cristo inútil?
Es común el criterio de culpar de manera absoluta a
Carmen Zayas Bazán por el creciente descalabro de sus relaciones con Martí. Sin
embargo, no disminuye en nada las virtudes de este si llegamos a decir que
ambos fueron responsables del fracaso. Veamos por qué, y hagámoslo señalando
los momentos claves de aquel sendero de frustración.
-I-
Comienza a incubarse con la relación de Martí ante la
amenaza anticonstitucional del general Porfirio Díaz. Desde 1878, cuando
apareció en La revista universal la
candidatura de Lerdo para la reelección, Martí se erigió, aunque de manera
discreta, por su condición de extranjero, a favor del presidente mexicano y de
la Constitución; los preferiría al militarismo ambicioso de Porfirio Díaz y
cuando en noviembre el general entra triunfante en la ciudad de México, José
Martí se proyecta prácticamente como un verdadero opositor: publica en El Federalista su artículo «La
situación», que fustiga la conducta del nuevo gobierno, contrario a las
libertades públicas. Y el 16 de diciembre de ese mismo año da a conocer su
trabajo «Extranjero». En él da argumentos que justifican su decisión de
abandonar México.
Y es aquí donde se inician las borrascas a que hacemos
referencia: el hombre que había en Martí no podía convivir en aquel mundo de
mando y tiranía; ni siquiera Carmen podía hacerle quedar callado y estático.
Entonces asume a Cuba como su destino inmediato para después saltar a Guatemala.
Terminó el equilibrio mexicano para ambos pretendientes. Y cuando enrumba a
Cuba le acompaña un presentimiento: «la que ha de ser mi esposa ha comenzado a
sufrir». En efecto, ella quedó con lágrimas en los ojos y con un brazalete, entregado
por él, donde se podía leer: «Espérame».
-II-
Tras casi un mes de incansable peregrinar llega a
Guatemala con el propósito de buscar trabajo y armar un apacible nido en esta
tierra de cambios. Sueña con hacer feliz a Carmen brindándole la holgura y el
sosiego que merece. Por ello se hace profesor de la Escuela Normal y
catedrático de la Universidad de Guatemala. Su prestigio crece, su popularidad
desborda las aulas, se extiende por toda la tierra del Quetzal. Su entusiasmo
le hace optimista. Otra mujer se le instala, desde la belleza y la ternura, en
sus sentimientos, abiertos siempre a lo hermoso y a lo grande. Pero lo que
flamea en sus aires de hombre agradecido es la bandera de la amistad. Puede que
María García Granados no lo comprendiera, pero él no olvida su compromiso con
la camagüeyana. Por él regresa a México. Y el 20 de diciembre de 1877 la
parroquia del Sagrario Metropolitano de México asume la responsabilidad del
casamiento. Y hubo fiesta en casa de Mercado. José Martí y Carmen Zayas Bazán
inician su trayecto matrimonial sin sospechar las sinuosidades del camino.
En enero
del 78 ya está de vuelta en Guatemala, esta vez con su Carmen. La dicha le abre
los brazos: él, adquiriendo cada vez más prestigio como maestro, escritor y
orador; ella orgullosa de su hombre; ambos agradecidos de las bondades de aquel
país… Sin embargo, el rebelde que nunca dejó de existir en él no duerme: el 8
de marzo tomó una determinación irreversible: se marchará del país porque en
las esferas oficiales ya no es simpático. Y al ser destituido su amigo José
María Izaguirre del cargo de director de la Escuela Normal, renuncia él mismo a
las cátedras que atendía en dicha institución. Abandona Guatemala porque «con
un poco de luz en la frente no se puede vivir donde mandan tiranos»[3]. Quedan rotos los sueños
de estabilidad y ventura. El dolor lacera a Carmen; la amargura a él; mas aún
ella le sigue.
-III-
Para entonces ya Cuba vivía la paz del Zanjón, que
provocó el regreso a la patria de muchos cubanos que andaban desperdigados por
Estados Unidos y el resto de América. Martí, entre ellos, se deja llevar por
los ruegos de su esposa y obsequie a Cuba con su presencia. ¿Qué anidaba en el
pensamiento del gran cubano en aquel instante de tristeza? No entraba a una
tierra vencedora ni cagado él de glorias. Sin embargo, ya en suelo cubano se
sabe que realizó las siguientes acciones en busca de trabajo:
- Hizo una solicitud de habilitación para trabajar como
abogado.
- Presentó solicitud para dar clases de segunda enseñanza
en colegios privados.
Sin duda
tal manera de proceder expresa su voluntad temporal de consagrarse a su ideal
matrimonial. Ahora no solo escucha el reclamo de Carmen: piensa también en su
hijo, nacido el 22 de noviembre.
Pero al
mismo tiempo el hombre público no se da tregua y por ese camino se adentra en
el mundo de la conspiración contra la prepotencia española, que lo lleva a
ocupar la vicepresidencia del Club Central Revolucionario Cubano, recién
constituido, y la subdelegación del Comité Revolucionario de New York.
El 24 de
agosto del 79 el Pacto del Zanjón se va a bolina: la Guerra Chiquita termina de
hacerlo caer en el descrédito y la inutilidad. Veinticuatro días después un
almuerzo entre Juan Gualberto Gómez, Martí y Carmen es interrumpido por la
llegada de un hombre que habla a solas con el Apóstol. Y con él se marcha.
Entonces se escuchan gritos desesperados de la camagüeyana: «Se lo llevan Juan;
¡se lo llevan, Juan; ¡se llevan preso a Pepe!»[4].
Y
comienza así su segunda deportación. Carmen queda sola, con la carga de la
ausencia inevitable y la presencia de un hijo sin padre. Un nuevo vacío, el
mismo obstáculo, ahora más desgarrador e invencible.
¿Hacia
dónde quedaron tiradas aquellas palabras escritas por Martí a Mercado?:
«Casándome con una mujer haría una locura. Casándome con Carmen, aseguro
nuestra más querida paz -la que a menudo no se entiende-, la de nuestras
pasiones espirituales. Afortunadamente viviré poco y tendré pocos hijos: -no la
haré sufrir»[5].
¿Y qué no ha hecho hasta ahora Carmen sino sufrir?
-IV-
Este
estuvo señalado por dos determinaciones. Por un lado, acosada por las
circunstancias de su soledad y por la no armonía con la familia de Martí,
Carmen decidió refugiarse en Camagüey, al abrigo del padre. Las cartas de ella
al esposo han estado cargadas de un tono frío y reprobatorio, y esta manera de
actuar agudiza el conflicto que ya es evidente, pues Martí se siente humillado.
Por otra parte, a pesar de que le duele no poder cumplir con el deber de todo
hombre de consagrarse a su familia, ha resuelto escapar a Estados Unidos para,
desde allí organizar la batalla por Cuba. Ha encontrado una solución que le
permite armonizar su vocación revolucionaria con su vida íntima: que los suyos
vayan a él, que se reúnan con él para poder ayudarlos sin abandonar su obsesión
por Cuba.
-V-
A partir de su estancia en Estados Unidos Martí insiste
con denuedo en la esperanza de tener a Carmen y al hijo consigo. Mas ella no se
apura en alcanzarlo, y el deseo de ver reordenada su vida conyugal se pospone
una y otra vez, en tanto aumentan sus ajetreos independentistas. Tiene la
delicadeza de enviar a José Francisco un abriguito y un sombrero; pero nada
inmuta a la madre relegada. Así, nuevamente ella alimenta la frustración del
hogar.
-VI-
Al fin,
la orgullosa hija del Camagüey responde al llamado del esposo: el 3 de marzo de
1880 lo sorprende con su hijo en brazos. Él cierra en los suyos, «que quieren
ser, a pesar de todo, fieles y leales»[6], a Carmen y a su José
Francisco. En ese instante supremo de luz y esperanza, solo desea salvar la
felicidad del hogar. Sin embargo, ya ella no es la misma y no ha venido a darle
aliento a su lucha: persiste en apartarlo de esta, tratando de hacerle volver a
Cuba. Su ideal se limita a la prosperidad del hogar y al futuro del hijo. Por
eso experimenta celos de la Patria y de todo aquello que le rodea a su esposo.
Está decidida: volverá a Cuba con o sin él.
Con
amargura Martí se convence de la inutilidad del encuentro: sus almas son
incompatibles. Se pregunta: «¿qué quieres tú, mi esposa?», ¿que haga la obra
que ha de serme aplaudida en la tierra o que yo viva, mordido de rencores, sin
ruido de aplausos, sin las granjerías del que se pliega, haciendo sereno la
obra cuyo aplauso ya no oiremos». Y a Mercado le confiesa: «Carmen no comparte,
con estos juicios del presente que no siempre alcanzan a lo futuro, mi devoción
a mis tareas de hoy»[7].
Y más desgarradora es la verdad que se abre paso
anunciando un insalvable fracaso. Él lo expresa así: «En el matrimonio en
cuanto empieza la falta de identidad, ya no cabe felicidad. Nada menos que la
identidad necesaria»[8].
Es lamentable, dura como piedra y cortante como cuchillo
la diferencia entre esta conclusión a la que llega Martí y aquel criterio que
tenía de su Carmen cuando pensaba: «¿Qué deber ha de estorbarme mi Carmen, ella
que vive de mi misma clase de pasiones?»[9].
El 21 de octubre, vencida en su intento de arrastrar
consigo a Martí, Carmen, con su hijo, regresa a Cuba, a refugiarse en la
colonia. Pasarán dos años antes de volverlos a ver en la fría ciudad de Nueva
York. No puede escapar a nuestra observación la buena voluntad de Carmen, quien
permanece junto al esposo hasta el año 1885, momento en que nuevamente le
abandona. Entonces serán seis años de ausencia, de separación doblemente
dolorosa para Martí: la lejanía de «la mujer de su vida», y por saber que su
hijo se educa según los preceptos de la metrópolis.
1891 es la fecha del último reencuentro. Durará dos
escasos meses. Los reproches y exigencias de Carmen son desmedidas. ¿De qué
valen los intentos de reconciliación? Chocan dos caracteres inflexibles, dos
identidades opuestas, dos espíritus que jamás debieron unirse. ¿Alguien pudo
pensar que el gozo de la paternidad lograría el milagro de aherrojar al
redentor en la cárcel familiar? Sumo dolor, gran tristeza de hombre terrenal el
estar alejado del hijo del alma y de la sangre; mas, su obsesión por Cuba no es
un simple capricho, es una vocación sin límite sobre una fe en el triunfo.
Ya no hay oportunidad para el diálogo sensato; se ofenden
y se separan. Martí hacia el franco refugio de Carmen Millares; Carmen hacia
Cuba, ayudada por el desleal Enrique Trujillo, quien le gestiona un pasaporte
emitido por el gobierno español.
El postrer encuentro sella el rompimiento: de una parte,
ella y José Francisco; de otra, él sin ambos, «con el corazón que lleva rota el
ancla fiel del hogar». En aquel momento oscuro y de golpes de martillo en el
corazón, se le escapa este lamento: «Y pensar que sacrifiqué a la pobrecita, a
María por Carmen, que ha subido las escaleras del consulado español para pedir
protección de mí».
Mas, al instante reacciona como un relámpago en la noche,
se repone, recobra su armonía anterior y se convence de que:
Cuando al peso de la cruz
El hombre morir resuelve,
Sale a hacer el bien, lo hace, y vuelve
Como de un baño de luz.
Roberto Sotolongo (1956)
©ags
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[1] Roberto Sotolongo
(Aguada de Pasajeros 1956) Es graduado en Filosofía por la Universidad
Lomonósov de Moscú. Narrador, poeta e investigador. Miembro de la Sociedad
Cultural «José Martí». En 1976 Obtuvo el Premio Nacional de Narrativa. En 1987
obtuvo Primer Premio en el Concurso Provincial «Raúl Aparicio». Ha publicado
cuentos, poemas y artículos en Conceptos,
Creación, Revista cultural Ariel y en el
Boletín Literario Mercedes Matamoros.
[2] Gonzalo de Quesada Miranda, Martí
hombre, Seoane, Fernández y Cía., S. en C. Compostela, 1960. pág. 17.
[7] Ibrahím Hidalgo Paz. José Martí, Cronología, La Habana.
Editorial de Ciencias Sociales, 1992, p. 48.