“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Por supuesto que esto no lo digo yo, lo escribió Carlos Marx en El 18 brumario de Luis Napoleón Bonaparte, lo que yo quiero agregar ahora es que si la segunda es como farsa, la tercera es un sainete y a partir de la cuarta no es más que una tángana.
Ahora tenemos a Mel haciendo el camino de Santiago con rumbo a Tegucigalpa, vaya, como quien dice, buscando el oriente por el occidente, rememorando el irresponsable asalto al cuartel santiaguero que lideró el ilustre hijo de Birán, único oriental de la pandilla, quien perdió el rumbo a la hora de nones y llegó muy distante de la vanguardia, cuando la debacle era inminente y estaba más cerca la retirada, y quien, para rematar, cuando se dio la estampida de los pocos que lograron salvar la vida en aquel acto temerario, nadie sabe cómo fue a dar el baon en Boniato, un intrincado lugar de la Sierra Maestra, donde la guardia lo agarraró en brazos de Morfeo, como quien dice, asando maíz en el quinto sueño.
La tángana de Mel desdibuja también el regreso de Napoleón Bonaparte a Francia, aquella resurrección del imperio que derrumbó durante cien días la restauración y que Louis de Aragón describió bellamente en la novela La Semana Santa. El tirano desembarcó en las costas de su país y para cuando llegó a París, ya se le había unido un gran ejército, quizás mayor al que tuvo en la Batalla de las Naciones, de donde había regresado en 1814 con la derrota a cuestas y la consecuente expulsión a la isla de Elba en el Mediterráneo.
Zelaya entra en suelo hondureño y da la tángana irresponsable, instigando a la violencia, convencido de que no estará donde le pueda pesar ni pasar nada, no protagonizará un suicidio, como en la Moneda el 11 de septiembre de 1973, no cabalgará en un blanco corcel rodeado de un napoleónico ejército delirante, no podrá rehacer nada, pero sí es posible que a la hora de nones pierda la brújula y le atrapen en los brazos de Morfeo, o haciéndose el sueco, si tiene su Waterloo las víctimas serán las mismas, él tendrá, a lo sumo, su Santa Elena.
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